Alimentos saludables para hoy, futuro sostenible para mañana
- 25 de julio de 2021
El desafío de nutrir al mundo sin desnutrir el planeta
Se dice que, hace muchos años, vivió en Mali una mujer que fue una gran agricultora y que dedicó su vida a trabajar la tierra y a luchar por el derecho de su pueblo a la alimentación y por el reconocimiento de las mujeres y sus saberes ancestrales. La historia cuenta que a todos sus pretendientes ella les decía que el matrimonio podía esperar; que primero tenía que cumplir una misión como homenaje a su familia y a todas las mujeres. Ella participó de concursos de agricultura y les ganó a todos los campeones de su comunidad y de pueblos aledaños. Su fama trascendió los límites de su región y también del tiempo, hasta llegar a convertirse en una leyenda. Su nombre era Nyéléni y hoy es un símbolo que quedó plasmado en el movimiento que lleva su nombre y que es una de las voces globales más poderosas en favor de una lucha que día a día cobra más fuerza en el mundo: la lucha por la soberanía alimentaria.
A la par de este activismo alimentario, bandera de muchos movimientos sociales, cobra fuerza otro concepto central para la Agenda 2030, el de seguridad alimentaria. La definición adoptada por la FAO (Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) en 1996 señala con claridad sus énfasis: “La seguridad alimentaria existe cuando todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana.” Tenemos entonces que la disponibilidad física de los alimentos, su acceso -económico y físico-, la utilización de los alimentos y la estabilidad en esa disponibilidad, acceso y uso son los cuatro pilares claves de la seguridad alimentaria.
La necesidad de un cambio de paradigma
La alimentación es un tema central para la vida humana que está atravesado por múltiples perspectivas: social, económica, política, ambiental, científica y tecnológica. Encontramos que tenemos en nuestras sociedades un modelo dominante -que llamaremos tradicional- y, con notable fuerza en las últimas décadas, un conjunto de modelos alternativos que están pugnando por desplazar o mitigar las consecuencias negativas del tradicional. En efecto: el modelo productivo tradicional se estructuró en base a la disponibilidad de grandes cantidades de tierra (causando conflictos por expulsiones de comunidades indígenas, campesinas y criollas y deforestando bosques y montes para reconvertirlos a la agricultura de commodities), el uso inadecuado de fertilizantes y pesticidas asociados a semillas (empobreciendo o contaminando suelos a partir de malas prácticas), una abundante huella hídrica y una alta tecnificación de la maquinaria. El deterioro de la cubierta vegetal, la erosión del suelo, la disminución de las capas freáticas, la pérdida de biodiversidad, la eutrofización de cuerpos de agua y la contaminación del aire son algunas de las consecuencias ambientales negativas de este modelo. A esto, se suman otras grandes discusiones que tienen que ver con el impacto de los alimentos ultraprocesados, el cambio cultural de las dietas cárnicas, la imposición de cultivos transgénicos, la privatización de las semillas y la concentración de las tierras cultivables en apenas un puñado de especies vegetales. Basta mencionar que 6 de cada 10 calorías provenientes de las plantas que consume la especie humana provienen solo del arroz, el maíz y el trigo. Todos estos son temas que ponen la agenda de la alimentación en la esfera pública todos los días.
Según El estado de la seguridad alimentaria y la malnutrición, publicado en 2020 por la FAO, “el mundo no está en vías de alcanzar la meta 2.1 de los ODS (poner fin al hambre) para 2030”. De hecho, se espera que, bajo las mismas condiciones, los precios de los alimentos sigan aumentando a la par de la desigualdad en el acceso -y en un contexto de aumento de precios de los alimentos. Por estas razones se torna cada vez más imperioso avanzar hacia un cambio de paradigma. Esto ha permitido introducir a la discusión enfoques alternativos, basados en la sostenibilidad, la seguridad alimentaria y la armonía con los límites planetarios. El desafío del cambio climático exige la descarbonización de todas las actividades humanas y la agricultura juega un papel crucial en esa transición. Sin embargo, la descarbonización por sí sola no es suficiente: los modelos alternativos plantean una agricultura que permita la recuperación de los bienes ecosistémicos y que sea un motor para el desarrollo económico de comunidades rurales, indígenas y campesinas, pero también en entornos urbanos y periurbanos, que deberán asumir un rol activo en la transformación del modelo productivo.
Actualmente, existen varios paradigmas que integran visiones más o menos complementarias de lo que es una alternativa al modelo agrícola tradicional. Estos paradigmas alternativos, que cuestionan el modelo actual, se basan en la seguridad alimentaria de los pueblos, y lo hacen bajo prácticas que están en armonía con el ambiente y los ciclos naturales. En este sentido, sistemas como la agroecología, la agricultura biodinámica y la agricultura regenerativa aportan una mirada enriquecedora, viable, que integran aspectos sociales, productivos y ambientales, que cuentan con arraigo local y que, ante todo, ofrecen respuestas a las grandes problemáticas vinculadas al hambre y a la malnutrición que persisten actualmente y se agudizan año tras año.
Hacia una agricultura regenerativa
Actualmente, el concepto de sostenibilidad predomina en los discursos sobre la crisis planetaria y el tipo de soluciones que la humanidad debe adoptar para superarla. No obstante, el sistema climático y la gran mayoría de los sistemas naturales se encuentran en un estado crítico de degradación. Por esto, muchas voces se están elevando en favor de un concepto que va más allá de la sostenibilidad: la regeneración. El concepto de regeneración alude a la capacidad de los organismos de recuperar la estructura y la función de sus partes u órganos dañados. Y esta capacidad no es exclusiva de los organismos, sino que es una característica de los sistemas naturales. Pero, además, la regeneración introduce el concepto de daño: la crisis ambiental actual muestra un daño profundo en los sistemas naturales en todo el mundo que requiere una reparación para alcanzar un estado de mayor vitalidad.
En esta perspectiva se inserta la agricultura regenerativa, como praxis de un modelo regenerativo que es un paso necesario hacia la sostenibilidad. La agricultura regenerativa es un método holístico que trasciende el hecho de sostener la estabilidad de los sistemas naturales: contribuye a aumentar los recursos. Se apoya en los procesos naturales para regenerar los nutrientes del agua, el suelo y el aire y a la vez produce alimentos en el proceso. Incorpora la permacultura y prácticas propias de las agriculturas agroecológica y orgánica, como los cultivos de cobertura, la rotación de cultivos y la composta, no solo para devolverle la salud al sistema, sino también para aumentar los ingresos de los agricultores. Según el investigador Bill Sharpe, una agricultura regenerativa solo produce externalidades positivas y es la vía más clara de una carbono neutralidad en el sector. Virtudes que, no obstante, trabajan para superar lo que es todavía un desafío estructural, el de lograr la escala necesaria para asumir la magnitud del reto: alimentar con seguridad a las casi 7800 millones de personas que habitan el planeta.
Una cuestión que requiere de participación social
En septiembre del 2021 se llevará a cabo la primera Cumbre Sobre los Sistemas Alimentarios, convocada por Naciones Unidas. Este encuentro nace como un proceso participativo que busca incluir las voces de millones de personas y organizaciones del mundo, desde comunidades indígenas, cooperativas campesinas y de agricultura familiar, organizaciones de mujeres rurales, de jóvenes y sectores urbanos. La premisa detrás de este proceso consiste en que el sistema alimentario es multisectorial y está atravesado por perspectivas muy diversas. Por esto, una transformación sistémica requiere necesariamente de la presencia de todos los actores sociales, en especial de aquellos que han estado históricamente relegados y que juegan un papel vital en la producción de alimentos a nivel mundial.
Este abordaje multisectorial responde al hecho de que todo sistema alimentario ocurre en el marco de un paradigma. La agricultura tradicional, en el contexto de un paradigma lineal y basado en la extracción de recursos naturales, es también extractiva. Por esto, el desarrollo de un nuevo modelo productivo debe ir a la par de la emergencia de un nuevo paradigma asentado sobre los pilares de la regeneración y la sostenibilidad. No obstante, si bien este debe ser el horizonte que guíe el camino a transitar, no se debe perder de vista el panorama inmediato y las problemáticas que requieren respuestas urgentes. En este sentido, existen muchas medidas que se pueden implementar en la actualidad para fortalecer la agricultura familiar. Ejemplos de ellas pueden ser el establecimiento de marcos regulatorios ambientales y sanitarios que protejan el ambiente y la salud de las comunidades rurales, la creación de instrumentos que fomenten el crecimiento de los mercados locales, como estímulos económicos, financieros y fiscales, la ampliación y el fortalecimiento de las capacidades científicas y tecnológicas que permitan la innovación a la vez que recuperen los conocimientos locales y ancestrales, entre muchos otros.
Hoy en día, la acción climática es un terreno que abre las puertas a innumerables oportunidades de transformación en el sistema alimentario. En primer lugar, porque la agricultura es el sector con mayor impacto a nivel climático, luego de la energía en la generación de gases de efecto invernadero en el mundo. Pero, además, porque cada vez son más visibles los beneficios de una agricultura saludable sobre el ambiente, la salud humana, la biodiversidad, el suelo y el desarrollo económico local. Para tener alguna posibilidad de mantenernos bajo 1.5°, como sugiere el IPCC, es imprescindible que la agricultura se transforme, pasando de ser una fuente de emisiones de gases efecto invernadero a una agricultura que secuestra carbono, restaurando la capacidad productiva de los suelos y ecosistemas naturales. Y existe actualmente una gran voluntad política para hacerlo: la próxima cumbre del clima tiene como uno de sus principales temas la agricultura. Además, hay cada vez más oportunidades financieras para desarrollar iniciativas de agricultura desde un paradigma regenerativo: actualmente, el 68% del PIB mundial está atado a algún tipo de compromiso de reducción de emisiones y, en el caso de América Latina, todos sus grandes mercados han adoptado compromisos de carbono neutralidad.
La cuestión de la alimentación es primaria y transversal, por eso, un primer abordaje debe centrarse en la multisectorialidad y focalizarse en las necesidades propias de los territorios. Pero, al mismo tiempo, reconocer que todo está interconectado. Para avanzar hacia una agricultura regenerativa, con el horizonte de la sostenibilidad, no solamente los agricultores deben cambiar muchas de sus prácticas, con el apoyo del Estado en la generación de políticas públicas tendientes a fortalecerlos. También se requiere una toma de conciencia por parte de los consumidores: que elijan productos locales, en el marco de economías justas y solidarias, elaborados por cooperativas o comunidades productoras.
Y también del sector privado, en términos de inversiones, prácticas productivas, compromisos climáticos, sostenibilidad de sus cadenas de valor. El COVID-19 ha mostrado que la producción de alimentos local y resiliente ha sido crucial para atravesar una situación tan crítica como una pandemia. Por esto, la transformación en el sistema productivo no es opcional: el modelo extractivo es parte del problema. La humanidad tiene a su disposición las herramientas, los conocimientos, los recursos necesarios para avanzar hacia un nuevo paradigma. Lo único que se agota es el tiempo.
Autores: Pablo Vagliente y Yanina Paula Nemirovsky (Fundación Avina)
Con la colaboración de: Florencia Iacopetti, Telma Rocha y Ramiro Fernández (Fundación Avina)